Beatriz me cuenta que
hace cinco años que rompió con su pareja pero que no logra iniciar una nueva
relación. Se describe como apática y sin energía emocionalmente. Comenta que no
logra conectar con ningún chico y que ninguno es suficientemente bueno como su
ex pareja (la cual rehízo su vida a los
pocos meses de separarse). En el relato, hay un trasfondo interesante. Algo así
como; “en el intento de amar a otro no te
dejo libre” y “no quiero soltarte”
Nada dura para siempre
y todo tiene fecha de caducidad. Esto es una buena noticia cuando nos
enfrentamos al dolor. Por mucho que algo nos parezca eterno e insuperable, no
es perdurable en el tiempo. Pero el tiempo por sí solo no es curador. Hay que
querer curar, hay que añadir gotas de fuerza y hay que querer desatarse de la
cuerda que a veces nos ancla en el pasado. En el caso de Beatriz me pregunto si
esa cuerda le resulta “cómoda” y si tras el lamento se esconde una irresolución
de esa “perfecta relación” que tanto
daño le causa. En el fondo no quiere soltar, porque eso implica cerrar y cerrar
un amor que ella quiso tanto supone dolor, aceptación y la responsabilidad de apostar por una nueva vida
lejos de los recuerdos de él.
Como siempre, nos toca
la bendita suerte de elegir. Y esta elección no es menos. A nadie le gusta
poner alcohol en la herida que sangra pero sabemos que de lo contrario no
sanaría. Nuestras lesiones del alma, son algo parecido. Podemos elegir evitar
enfrentarnos a algo que nos duele, aunque esto implique “no curar”. Por el
contrario también podemos apostar por ahondar en la espina (con lo que ello
supone) y arrancarla para iniciar su recuperación. Para terminar una relación
hay que cerrarla. No basta con romperla.
¿Y
cómo se cierra?
En primer lugar,
queriendo cerrarla. Parece absurdo decir esto y más cuando un gran número de
personas afirma que por supuesto desea que así sea. Pero hablo aquí del
interior y de lo que implica querer soltar. Querer cerrar una relación conlleva
ser consciente de que eso va a quedar atrás, como parte de nuestra vida y con
el objetivo de desapegarse de dicho vínculo. A menudo, las personas quieren
mantener ese recuerdo vivo de manera constante, al tiempo que pretender iniciar
nuevos vínculos amorosos. “No se puede estar en misa y repicando”, -dice
el refrán. De la misma manera no se puede querer iniciar una relación,
queriendo formar parte de otra.
En segundo lugar hay
que entregarse al dolor. Esto implica aceptar la frustración, la decepción y la
tristeza. Hay que darse permiso para que entren los sentimientos y dejar que
estén en nosotros, como parte de un duelo normal. Sabemos que en el proceso de
separación aflorarán nuestras dolencias, pero también hemos de saber que tal
cual vienen, en un tiempo se irán. Es posible que pasemos por vaivenes emocionales
durante este periodo pero no podemos obviar algo tan necesario para nuestra
rehabilitación emocional.
Seguidamente hay que
reconciliar. No sirve con cerrar los ojos y decir que “ya estoy mejor” pegando un portazo como si de una puerta se
tratara. Llenarse de rencores y olvidos fugaces solo trae alivio momentáneo. Es
necesario reparar en nuestra parte de responsabilidad e intentar aprender de lo
vivido.
Nadie dijo que fuera
fácil pero sí, casi imprescindible, para poder decir “adiós”. Solo de esta
manera, estaremos abiertos a recuperarnos internamente y a darle otra
oportunidad a la vida para conocer de nuevo el amor.
Beatriz se ha dado
cuenta de que no quería “olvidar” a Dani. Había una esperanza oculta, incluso
una especie de traición, en hacer realidad “lo que un día pudo ser”. Se dio cuenta de que
lo que amaba era un “recuerdo amable de algún tiempo juntos” y eso la mantenía
atada. Está soltando.
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